Te despiertas por la mañana, sí, ese pitidito que a las siete de la mañana no hace otra cosa que tocarte los huevos a una mano, mientras con la otra te mete el dedo hasta el tímpano despertarte y piensas que te gustaría tirar el despertador por la ventana. Te vistes y desayunas lo más rápido que puedes. Te vas corriendo hasta la parada del metro; se cumple una o varias leyes de Murphy… «si un día tienes mucha prisa, justo cuando pises el andén, se cerrarán todas las puertas de los vagones» «si generalmente la línea va muy bien, y cada minuto pasa un tren, ese día tardará casi diez minutos en llegar otro» sales del metro pensando en lo que se cabreó tu profesora de Física porque dos personas entraran a las 8:02, teniendo que entrar a las 8:00, y miras el reloj… ¡Vaya! Las 8:05, ya la he liado, ahora me toca entrar a clase y que 90 tíos-tías, me miren (por no contar con la super mirada, aquella que nadie aguantaría, aquella que derretiría el más puro acero… la de tu profesora), subes corriendo a la clase, a la vez que rezas cuatro «Ave Marías», seis «Padre Nuestros» y te encomiendas a media docena de Santos. Agarras el pomo de la puerta y derrepente te acuerdas de dos cosas: <Ja ja ja ja, que cachondo el video de la vaca, que risas nos hechamos ayer con él en clase> y… < ¡Coño! pero si hoy no tenía Física a primera hora, ¡hoy tenía Fundamentos de Electrónica!> así que abres la puerta y te encuentras a cuatro pringaos que han llegado demasiado pronto, pues el profesor de electrónica, prácticamente siempre llega tarde…
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